Agoniza el año que ha pasado, tendido y cansado, en un catre de lona gastada. Ya ofuscado por el tiempo que se le acaba, sufre por la hora que le quitaron a su efímera existencia. Todos los acontecimientos hacen fila para ingresar, uno a uno, a la tumba del recuerdo del año viejo y moribundo. Encuentros y desencuentros van de la mano; las pasiones corren desesperada y desenfrenadamente para llegar antes que el resto; al tiempo que los deseos a paso tranquilo se reparten entre aquellos que maduraron llamandose logros, entre aquellos que continúan caminado mirando hacia el cielo tratando de tomar la primera estrella que este a su alcance y no cambiaron aún de nombre, por último los deseos que arrastran una pena más grande que ellos mismos y se han llamado desilusión.
Las lecciones y los dolores conversan muy discretamente casi en secreto sobre la valiosa valija que cargan, en ella llevan algo que el resto envidiaría, una ofrenda para el año ya difunto que cada vez que se abra servirá para tomar decisiones más perfectas y cautas.
El dos doble cero siete cuenta las horas, con cada paso del segundero del reloj su respiración disminuye, pero aumentan los suspiros. Observa a su alrededor, la fila de sucesos es casi prolija y no hay tumulto que soportar. El año nuevo se acerca, vacío y sin experiencia, completamente dispuesto a ser llenado con la esperanza de quedar un poco mejor que este viejo decrépito que ha conocido por ráfagas la felicidad pero que tuvo que pasar horas de desdicha y desesperanza también. Como todo novato, el año que viene a debutar, está dispuesto a ser superior a su predecesor, añora que todo será mucho mejor, y esto último es realmente el motivo que hace que el año nuevo llegue a brindarse completamente a todo lo positivo, de que le serviría sino pensar que todo será malo, no tendría razones para venir a traer otra muchedumbre de sucesos.
Los funerales del año moribundo se mezclan con el bautismo del año entrante. Fuegos artificiales, banquetes, reuniones, brindis, bailes, risas, charlas, cuentas regresivas para su letargo... Es una fusión extraña, pero este año que nos deja no podría retirarse solo y en silencio. A pesar de lo malo o de lo bueno que pudo ser, es digno de un homenaje, es merecedor de este réquiem porque nos permite decir que ya un año más hemos vivido.
Adiós 2007, salud 2008.
Réquiem para un año viejo
Publicadas por César Zelar a la/s 7:44 p. m.
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